LA PROPAGANDA: UN ENEMIGO A COMBATIR.

Imaginad una ciudad libre de cualquier tipo de anuncio publicitario. Una ciudad sin carteles anunciando un perfume, una película o un nuevo local de comida rápida. En esta ciudad, los televisores no emiten anuncios, las radios no interrumpen sus provechosos programas con vulgares mercaderías, los partidos políticos tienen prohibida la propaganda electoral mientras no estén ellos presentes. La falta de color resultante en esa ciudad, que la volvería gris, ha sido sustituida por una normativa que permite ocupar esos espacios con buenas pinturas, arte urbano de calidad,  o con lo que uno quiera imaginarse que no sea publicitario. En esta imagen que en nuestro mundo y época resulta ser de ciencia ficción, piensa en cómo serían las calles, cómo de cambiadas estarían después de haberlas despojado de toda imagen o voz publicitarias y cómo influiría ese cambio en la gente.

La manipulación del comportamiento siempre ha existido. Las religiones, las castas sociales, las ideologías, el afán de riqueza y territorio, eso es tan antiguo como la civilización, o aún anterior a la civilización, donde ya se respetaban jerarquías sin ningún motivo aparente que las explique, excepto la mera apariencia de unos erigidos líderes a los que por fuerza había que venerar y obedecer. Jefes, faraones, reyes, papas, jerarcas, generales, dioses. Siempre han estado ahí, con sus rituales, ceremonias, tradiciones, símbolos, palabras e ideas que mantenían el orden establecido. El ser humano ha dado continuas pruebas de que es muy fácilmente controlado como una masa, aunque individuos concretos dentro del orden piensen por si mismos y de manera distinta, la masa en conjunto es más controlable. Fijáos en la importancia que ha tenido la religión católica en un país como España hasta tiempos MUY recientes, porque esa influencia y aunque parezca mentira, ha disminuido mucho respecto a comienzos del siglo XX por ejemplo. Esto tiene una explicación: hoy los métodos para modificar el comportamiento humano han evolucionado a niveles de complejidad, eficacia y sofisticación que ninguna religión había alcanzado.

Yo creo que se ha llegado a un nivel excesivo de propaganda: ésta está por todas partes, si bien la televisión y la radio son evitables, los carteles publicitarios te esperan en cada metro cuadrado, en la parada del bus, en cualquier tablón, paneles enormes en las principales calles de las ciudades, etc. Suponemos que las empresas que anuncian sus productos, o los partidos políticos estatales podrían llamar a eso ‘libertad de expresión’. Sin embargo, contra un simple cartel publicitario tú ya no puedes defenderte ni argüir contra él, por lo que podría considerarse como una agresión. Si alguien te lanza un mensaje al que tú no puedes responder (sería absurdo ponerse a discutir con la pared o con el camión que anuncia cierta empresa) ahí no hay libertad ninguna, de hecho es un acto bastante grosero. Es como cuando alguien dice algo y no se para a escuchar si el otro tiene un criterio distinto o no, de este modo, puede seguir creyendo en su verdad absoluta. Las empresas hacen lo mismo con su propaganda, ya que no es posible responder y está tan presente en las vidas de tod@s, por mucho que sea el criterio de las personas sometidas a su visionado o influencia, las personas tienen la necesaria impresión de que su opinión es irrelevante respecto a lo anunciado.

Es por ello que considero legítimo atacar (defenderse en realidad) a toda aquella propaganda forzada, involuntaria, aquella que no se ha decidido conscientemente y que se ofrece públicamente. En cambio, es legítimo difundir unas ideas y unos productos mientras aquellos a quienes esa propaganda va dirigida hayan aceptado previamente la recepción de tales ideas, o al menos sean capaces de responder. Imaginemos un mitin político: ¿acaso hay posibilidad de responder al político? Muchas veces no, por lo que también sería un acto de propaganda, aunque en este caso, tú eres libre de acudir o no a ese mitin. Esto es por lo tanto aceptable, independientemente de que uno esté de acuerdo, y entra dentro de la ‘libertad de expresión’ del mismo modo que lo hacen los cuadros expuestos en un museo o una conferencia científica.

El diseño del entorno donde vivimos en las grandes ciudades ha sido invadido literalmente por este tipo de publicidad masiva e involuntaria. Los habitantes de las ciudades no pueden decidir sobre su entorno: tienen que soportarlo. Pero bueno tampoco debe de sorprender, las ciudades se han diseñado precisamente como ambientes donde el ser humano está mucho más controlado y dirigido a nivel colectivo que en el campo, al menos las grandes ciudades. Es lógico que si debe adaptar su comportamiento al estilo de vida urbano, también se deje adaptar en la estética de su entorno, y soporte así que invadan las calles con mensajes publicitarios.