El más poderoso de los enigmas es la muerte, no porque cause miedo sino porque no es algo que se puede analizar bien con la ciencia. Lo más cercano a un análisis científico de lo que ocurre tras la muerte son las ‘experiencias cercanas a la muerte’ donde una persona llega a estar clínicamente muerta pero sin embargo consiguen reanimarla y si ha pasado poco tiempo, vuelve a la vida. Estas personas pueden contar sus testimonios y se han hecho estudios sobre el tema. Pero aquí me gustaría hablar más filosóficamente de la muerte, y no en sentido médico o biológico.
Primero, algo que me parece muy claro es que la muerte es como un rasero que nos iguala a todos, nos pone al mismo nivel, un poco como la guadaña cuando siega un campo de trigo. Realmente, la perspectiva de la muerte nos hace quitarle importancia a las cosas por las que muchas veces echamos horas y horas, por ejemplo cosas materiales, dinero, títulos, prestigio, fama, etc. Es evidente que hay muchas personas en busca de estos elementos terrenales más allá de lo que realmente los necesitan, y ante la idea de la muerte, todos ellos se quedan en nada. Pensar en la muerte es un antídoto contra la envidia. Incluso las personas de más renombre se olvidarán dentro de mucho tiempo para siempre.
Todos cuando nacemos, no entendemos lo que es la muerte ni sabemos que eso sucederá, como no lo saben los animales, al menos muchos, porque se ha podido ver que algunos animales como los delfines y los elefantes sí son conscientes de la muerte y reaccionan a ella (incluso, Rick o’Barry cuenta cómo un delfín literalmente se suicidó voluntariamente en sus brazos). Los humanos llegamos a una edad en la que de repente captamos y entendemos lo que implicará la muerte, nuestra propia desaparición, y salimos así de nuestra ‘animalidad’ por así decirlo. En muchas personas se genera un breve tiempo de terror pero que casi siempre, o siempre es superado.
Sin embargo, muchos piensan y seguramente tengan razón, que uno de los motores fundamentales de casi todas las religiones es el miedo a la muerte. Las religiones, han ofrecido una variedad de acontecimientos que ocurren después de la muerte, donde la vida no termina sino que se pasa a otro lugar de existencia. Los egipcios por ejemplo, decían que tras la muerte todos nos enfrentamos al juicio del dios Osiris, el cual pone en una balanza nuestro corazón en uno de los platos y nuestras cenizas en el otro. Si el corazón pesa más que las cenizas del cuerpo, entonces tendríamos derecho a tener una buena existencia, pero si no, nos esperaría algo que sinceramente, es mejor evitarlo. Los griegos tenían sus propias ideas sobre lo que ocurre después de morir y también los cristianos, los antiguos pueblos nórdicos, los seguidores del Islam, etc. Incluso hoy en día algunos científicos de renombre están manteniendo que existe vida después de la muerte.
Frente a eso, está el punto de vista escéptico, en el buen sentido, de que puesto que la vida surge de la materia, también termina con esa materia, con la desorganización total de la estructura de los tejidos cerebrales, terminan también las sensaciones (colores, olores, sonidos…) las emociones y los pensamientos, todo acaba para siempre. Se necesita tejido neural para producir pensamientos, sensaciones, movimientos, así que cuando los gusanos devoran ese tejido, podemos darnos por acabados. Lo que viene entonces es la nada, una ausencia de dolor, de preocupaciones, de inquietudes, de ambiciones. Terminan lo bueno y lo malo para dar lugar a lo que podríamos considerar una paz total (descanse en paz, se dice). Una paz que no experimenta la inmensidad del vacío ni la sensación de flotar.
Desde mi punto de vista, esta última forma de entender la muerte, que yo es así como creo que sucederá, produce una intensa conexión con cada momento. Por ejemplo, cuando muramos, ya no podremos disfrutar de las olas del mar, del susurro de los árboles de un bosque, ni de las charlas con otras personas, ni de la música que más nos gusta, ni de leer aquellos libros o historias que nos entusiasman o sorprenden, ni del placer de hacer algo bueno por los demás, fruto del propio esfuerzo, ni de ninguna de las cosas buenas de esta vida, la única que tendremos. Todo esto produce un deseo de no querer morir, que no tiene que confundirse con el miedo a morir, y un aprecio más fuerte de todas estas cosas que la vida nos ofrece y de las posibilidades que tenemos. Todas las vivencias son únicas porque nada es inmortal, nada dura para siempre. También te hace apreciar más la propia vida y lo increíble de que pese a que no haya un destino ni una razón que justifique nuestra existencia, estemos aquí.
Junto a este aprecio de la vida, puede haber también una mayor capacidad para el riesgo. Al saber que vamos a morir, las consecuencias terrenales de ciertos actos pueden parecer sin importancia relativa. Algunas veces ese riesgo puede ser incluso el de perder la propia vida, ahí están por ejemplo quienes luchan en una batalla o aquellos que se han puesto en busca y captura en determinadas épocas de la historia. También puede darte impulso para llevar adelante proyectos, iniciativas e ideas que consideras que pueden cambiar y hacer mejor la vida de otros, incluso de las siguientes generaciones. La percepción de que debemos aportar algo a las demás vidas antes de morir nosotros, es algo en mi opinión muy noble.
Al final, lo maravilloso de la vida no es tanto cada ser (animal o lo que sea) sino las poblaciones, y cómo van evolucionando en el tiempo. Eso es lo que realmente tiene sentido, si es que hay algo que lo tenga.
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A la vida le importa que la vida no muera, pero no las vidas individuales , que desaparecen enseguida.
Por eso es verdad que la evolución , la creación de especies y de generaciones futuras, es más importante que cada cada vida individual,aunque nosotros como humanos le damos mucha importancia a la vida individual y esto es algo bueno, que nos caracteriza.
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Leí esta frase y pensé que te gustaría :
La vida moderna tiene más de moderna que de vida.
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Acertadamente discurría quien comparaba el vivir del hombre al correr del agua, cuando todos morimos y como ella nos vamos deslizando. Es la niñez fuente risueña: nace entre menudas arenas, que de los polvos de la nada se hacen los lodos del cuerpo, brolla tan clara como sencilla, ríe lo que no murmura, bulle entre campanillas de viento, arrúllase entre pucheros y cíñese de verduras que le fajan. Precipítase ya la mocedad en un impetuoso torrente, corre, salta, se arroja y se despeña, tropezando con las guijas, rifando con las flores, va echando espumas, se enturbia y se enfurece. Sosiégase, ya río, en la varonil edad, va pasando tan callado cuan profundo, caudelosamente vagoroso, todo es fondos sin ruido; dilátase especialmente grave, fertiliza los campos, fortalece las ciudades, enriquece las provincias, y de todas maneras aprovecha. Mas ¡ay! que al cabo viene a parar en el amargo mar de la vejez, abismo de achaques, sin que le falte una gota. Allí pierden los ríos sus bríos, su nombre y su dulzura; va a orza el carcomido bajel, haciendo agua por cien partes y a cada instante zozobrando entre borrascas tan deshechas que le deshacen, hasta dar al través con dolor y con dolores en el abismo de un sepulcro, quedando encallado en el perpetuo olvido.
Baltasar Gracián, el Criticón, segunda parte.
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Es precioso ¡
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Tengo que deciros aquí una cosa, y es que últimamente he visto y vivido cosas que me han hecho plantearme realmente la existencia de algo más que un cuerpo físico en nosotros, y que no todo termina una vez abandonamos este cuerpo. Tenía que decirlo porque lo he vivido expresamente, viendo algo muy difícil de explicar de otro modo con mis propios ojos. Lo que pasa es que, esto es algo que no puede entenderse con la mente, es algo en lo que se debe tener fe, es algo que se puede saber pero no comprender.
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