No puede haber suficientes palabras para describir lo sombría, hostil o fría que es esta sociedad. En otras épocas hubiera sido inconcebible lo que está sucediendo ahora. Cuando voy por la calle, lo único que veo es cómo nada, absolutamente nada une a unos viandantes con otros. Se respira hostilidad contenida, incluso. Es un aroma que flota en el aire, un sentimiento aguardando expresarse a la mínima. ¿De verdad no habéis tenido la misma sensación, no la experimentáis cada día? Aunque seas una persona con buenas intenciones o ideas, nada de eso cuenta para el resto del mundo, y no influye en lo que te conviertes cada vez que sales a la calle a dar una vuelta por la ciudad: en un ser que solo piensa en si mismo, que solo actúa para si mismo y sus asuntos, y que solo habla de si mismo. Cada cual trata de sobrevivir, como si esto fuera una jungla. Y es que, aunque el riesgo de muerte sea menor que en una jungla (cosa que empiezo a dudar) lo cierto es que el comportamiento de las masas está fundado por completo en el miedo a los demás, en el temor a ser aplastados por las circunstancias, en la urgente necesidad de ponerse a salvo, ya sea buscando un trabajo, comprando lo que necesitamos, o sacando dinero del banco. Pero de ahí no pasa: la gente se limita a esto, como si un gravísimo peligro acechara constantemente. Un peligro invisible… ¿cuál será?
Sinceramente, entiendo las altas tasas de ansiedad, depresión y otro tipo de problemas psicológicos. ¡Normal que los haya en una sociedad como esta! Todos podemos pasar por traumas, problemas o situaciones angustiantes. Sin embargo, si algo tiene esta época es que nadie te ayuda de una forma profunda ante ellos. Si ocurre es solo en unos pocos casos y dándose una enorme suerte, sin embargo ¿cuántos seres humanos están solos ante sus problemas, cuántos reciben tan solo una constante indiferencia, cuando no más hostilidad? En esta jungla, los problemas de cada uno nos impiden ayudar a los demás cuando lo necesitarían. El consumo de drogas, de la cual el alcohol es una de las más frecuentes, junto al consumo de ansiolíticos o antidepresivos, se debe a no encontrar solución a los problemas internos, algo que quizá se hubiera resuelto de recibir más apoyo, con una comunicación más profunda, respetuosa y empática, con una preocupación genuina por parte de alguien. Cuando vivíamos en clanes y tribus, esta soledad era inconcebible, y nuestros problemas eran también asunto de todo nuestro clan. Pero claro, ellos eran los primitivos…
Todo este orgullo y soberbia, que no se traduce más que en un profundo aislamiento de unos hacia otros, junto al hedonismo materialista en el que todo está centrado (hedonismo que solo sirve para APARENTAR estar bien o vivir bien), son claros síntomas de una sociedad decadente, próxima a extinguirse y desaparecer. Lo podéis comprobar vosotros mismos. Ocurrió también en la época de la peste negra en el siglo XIV: muchos se dedicaron a dilapidar sus dineros, a consumir, beber alcohol y hacer todo tipo de cosas en otro tiempo inviables. Todo ello motivado por la desesperación y el miedo. Oswald Spengler, el filósofo alemán, no se equivocaba en su obra ‘La Decadencia de Occidente’. Pero esto más que asustarnos, debe representar para quienes seáis inteligentes, un reto o desafío: una oportunidad para salir de esta sociedad, para vivir en el mundo de una forma más natural y autosuficiente, rodeados de gente que os aporte, que os nutra espiritual y anímicamente, y tratando de ampliar vuestra conciencia y de hacer a vuestro entorno todo el bien que podáis. Esta es una vida digna en tiempos como estos.