Las palabras ‘conducta pasivo-agresiva’ suenan demasiado complejas para algo que ocurre con tanta frecuencia. Imaginad por ejemplo a un padre que solo permite expresarse a su hijo siempre y cuando este no le lleve la contraria ni le critique, o incluso, sin permitirle hacer bromas acerca de su persona (o personaje). O a uno de esos niños a los que llaman ‘marginados’ porque todo el mundo les hace el vacío, y cuando intentan relacionarse o acercarse a algún grupo de gente de su edad le responden con agresividad o burlas. Es lógico que conforme crezcan se refugien en su mundo interior, el único lugar donde encuentran seguridad, aceptación y comprensión.
Imaginad a un trabajador que no puede quejarse de las pésimas, injustas o simplemente desagradables condiciones que le ponen sus jefes porque de lo contrario, podría perder su empleo. O a alguien que está dedicando mucho de su tiempo y energía en ayudar, cuidar o hacer el bien por otra persona o por los demás, y no recibe más que indiferencia. En efecto, no ver resultados positivos de tu esfuerzo, aunque solo sea el gesto amable del agradecimiento de los demás, o en general no recibir la recompensa que uno merece, es sin duda otro ejemplo de conductas pasivo agresivas. Día a día nos encontramos con gente soberbia, gente que no nos tiene en cuenta como realmente debería si no fuera por, en el fondo, su baja autoestima y su frustración.
Si notas que en tu vida tienes que callarte lo que piensas porque si no habrá consecuencias negativas (pareciera un mero condicionamiento operante) o que los demás tratan de rebajarte cuando hablas ‘demasiado’ o cuando eres ‘demasiado bueno’ (para ellos, que duda cabe) estás siendo sometido a este tipo de conductas y no deberías tolerarlas.
No dejes que te ridiculicen, que limiten tu potencial o que no te permitan expresar las cosas que creas oportunas si crees que son la Verdad.