Hola a todos. Quiero hablar hoy de un tema que la vida, siempre dura y difícil en un sentido u otro, la civilización moderna en la que vivimos y la falta de ayuda que nos prestamos por tener que salir a flote nosotros mismos, nos hace ignorar u olvidar con frecuencia. Muchas son las personas que hoy en día se sienten mal, tristes o deprimidas, o aguantan situaciones de rabia de las que quisieran salir pero no se ven con fuerzas, o están simplemente desmotivadas. Ningún alimento ni bebida les llena realmente, y su ánimo vital gotea hacia un sumidero sin fondo constantemente. La vida pasa a verse gris, monótona, perdiendo todo su sentido disfrutar, salir adelante o intentar hacer cosas nuevas. Profundos sentimientos de dolor, angustia, tristeza, miedo o ansiedad se apoderan de la existencia y queman, a veces, más que el fuego. Los días se vuelven todos iguales, no ofrecen en apariencia ninguna oportunidad. La salida ni siquiera se vislumbra, ni se desea.
Todos podemos pasar por estas situaciones a lo largo de nuestra vida. Sin embargo, existe un factor común que se da en todos estos casos: dejamos de creer en nosotros mismos. Los candados que mantienen a tanta gente en una prisión emocional, son siempre del mismo tipo: argumentos que juegan en nuestra contra, que se justifican de formas muy complejas. Ponemos todo nuestra capacidad de usar la lógica o el raciocinio al servicio de esos argumentos perjudiciales. Llegamos a creer que no somos valiosos, que no podemos superar límites, que nos merecemos el mal que nos acontece… Todo ello, es lo que nos mantiene así. Y mucho de lo que razonamos es cierto: puede haber cosas en el pasado que nos hayan afectado muy dolorosamente, el mundo es arriesgado (nos exponemos a más dolor), la vida es muy difícil muchas veces. Sin embargo, lo que no es cierto en ningún caso es que no somos valiosos o que no merecemos vivir plenamente. Esto es lo que nos hace realmente hundirnos. Incluso en la peor de las situaciones, tener una gran autoconfianza es útil o incluso nos puede llegar a salvar la vida. Pero esta confianza en uno, debe mantenerse aun en contra de todos los sufrimientos, creencias erróneas o dificultades de la existencia. Cuanto más fuerte o dura sea la situación, más debemos creer, con más razón. La fe en nosotros mismos es mucho más vital que en cualquier religión, concepto o idea externa.
La Naturaleza nos muestra un ejemplo que es equivalente a lo que nos sucede a nosotros. Cuando tenemos un grave problema, somos como un árbol caído recientemente al suelo. En esta situación pueden pasar dos cosas. La primera, es que el árbol tenga aún la suficiente fuerza como para echar ligeras raicillas al suelo con las que alimentarse, y que salgan pequeños brotes nuevos del mismo en la primavera, intentando ese tronco, devuelto a la vida debido a un titánico esfuerzo que solo él podría haber realizado, reforzar su inmensamente debilitado sistema inmunológico.
Un ser humano que, a pesar de estar en el más profundo abismo imaginable, sigue creyendo en si mismo, se niega a ser vencido, y no le da nunca la razón a los argumentos que su propia mente inventa para mantenerle en la miseria espiritual, conseguirá rebrotar e incluso extenderse y dar lugar a nuevos árboles con el tiempo, poblando el bosque con su verdor, su belleza, y dando al planeta entero un ejemplo de sabiduría. En cambio, un ser humano que se dedique a boicotearse estando mal, que se deje llevar por el miedo a lo que pueda suceder o que de aunque solo sea un instante la más mínima credibilidad a ideas sobre si mismo incapacitantes o negativas, entonces será como un árbol que no consigue sobrevivir, se llenará de ambiciosos hongos y larvas que lo carcomerán por dentro, y cada día le será todavía más difícil resurgir.
Sin embargo, nosotros podemos llegar a estar invadidos por miles de larvas mentales (pensamientos que nos generan angustia) o de hongos que nos vayan degradando poco a poco (como las emociones de tristeza, dolor o miedo) y aún así luchar contra todo ello. Incluso en el peor de los casos, aun cuando hubieran pasado 10, 20 o 50 años en ese tipo de estados anímicos, podríamos decidirnos valientemente a vivir, sabiendo que eso es algo que no se lograría en un día, sino quizás, en largos períodos de tiempo, en los que no notaríamos ni siquiera una ligera mejoría al principio. Solo bastaría con creer en nosotros mismos todo el tiempo, sin vacilar en esto, de forma férrea y absoluta, como un dogma. Y ocurrirá entonces que el dogma se irá haciendo ver en la realidad, pasando a ser una verdad comprobable. Y cada acto de nuestra valía que comprobemos, cada decisión valiente que tomemos, nos irá devolviendo la salud. Y quizá al cabo de mucho esfuerzo y tiempo, notemos el primer brote de nuestra ennegrecida madera, la primera sensación del cálido sol o del fresco viento como algo agradable y que merece la pena. Y entonces, sabremos valorar todo lo bueno que hay en esta existencia mucho más que la inmensa mayoría de la gente, porque lo habíamos perdido y sabemos lo que es estar sin ello.