Uno de los más grandes enigmas para los seres humanos es la muerte, o si existe una vida que podamos seguir llevando de un modo independiente de este cuerpo en el que estamos en este momento. Hasta hace unos pocos años, yo no rechazaba esta idea (al fin y al cabo, sería demasiado soberbio por mi parte decretar que no hay nada más allá, pues lo desconocía totalmente) pero me inclinaba a pensar que, como lo único comprobable de un modo material o científico (a través de los sentidos, de las mediciones de la materia o la energía) es la vida corpórea, entonces cuando el cuerpo dejara de autorregularse, toda experiencia acabaría. Actualmente, algunas cosas que me han sucedido en la vida me han hecho cambiar de opinión. Y es por ello que me quiero animar a lanzar posibles hipótesis sobre cómo podría ser la experiencia en lo que solemos llamar lo espiritual, por oposición a lo corporal o material. Me baso en mis propios pensamientos, no en las ideas de ninguna corriente o autor sobre estos temas. Lógicamente, ignoro lo que pasará cuando abandonemos este cuerpo, así que esto son simplemente suposiciones que me hago, utilizando la lógica, descartando cosas que para mí no tienen sentido ni explicación.
En primer lugar, existe una experiencia que vivimos por medio de los sentidos, con los cuales podemos contactar, a partir de un vehículo (el cuerpo) con una realidad material. Al estar dentro del cuerpo, los límites son obvios, y también el condicionamiento que inevitablemente ejerce sobre nosotros la realidad circundante. Un hecho en el que también podríamos estar todos de acuerdo es que todos nosotros compartimos el mismo escenario aun siendo, en principio, seres independientes o separados. ¿Cómo es posible que todos vivamos en un mismo lugar, al que llamamos cosmos o universo, y lo compartamos? No es una pregunta fácil. Hay quienes dicen que la realidad la creamos nosotros, pero yo pienso que más bien, nosotros somos parte de la realidad, intervenimos en ella, vivimos en ella, teniendo la oportunidad de experimentarla hasta niveles inimaginables. Los límites que nos pone el cuerpo dentro de este escenario, quedan anulados al 100% si tenemos en cuenta la variedad o cantidad de experiencias que podemos tener a través de las herramientas de que disponemos: ideas, pensamientos, emociones, sensaciones… Todo ello son medios de acceder a aspectos de la realidad que, aunque estén conectados o vinculados a la materia a través del cuerpo, no forman una parte directa de la materia. En este sentido, se puede decir que hay algo en nosotros que no conoce límites, pero obviamente eso no es nuestro cuerpo material, que se frena frente a un tronco o una pared, o que puede morir y degradarse. Es lo que se llama el alma. La vida es un viaje del alma en el mundo material. También considero que es una prueba para ese alma, por las dificultades que impone esta vida y por las enseñanzas que aporta.
Los pensamientos provienen muchas veces del mundo material en origen, por ejemplo las imágenes mentales, los recuerdos, los sonidos guardados en la memoria… Los sentimientos, por su parte, se traducen también en emisiones de hormonas, alteraciones del ritmo cardíaco y la respiración, corrientes eléctricas a través del sistema nervioso… Todo el sistema corporal está conformado de una manera increíblemente precisa y compleja, necesaria para permitirnos acceder a tantos aspectos de la realidad. Nuestra alma proviene de una vivencia no corporal, ilimitada, en la que todo se hace visible al mismo tiempo. Al estar en un cuerpo, empiezan los límites, las restricciones, las condiciones. Sin embargo la puerta está abierta: la vida consiste precisamente en acceder a lo que hay detrás de los muros que la vida nos presenta. Quebrar muros, romper límites, ir más allá, eso nos acerca al potencial que tenemos, ¡así es como el alma intenta salirse del cuerpo y volver a lo que realmente es!. Es más, si no rompemos nuestras barreras ni nuestros límites, si nos quedamos estancados y bloqueados, fácilmente acabaremos quitándonos la vida, porque ese es el propósito de la existencia. Nuestra alma puede expresar o vivir mucho a través del cuerpo, pero para ello debemos pasar por muchas pruebas, ser valientes. Sentirnos bien es un indicativo de que lo estamos haciendo bien, pero sentirnos mal es lo que nos indica lo que tenemos que hacer para continuar avanzando. El sufrimiento es una guía, la plenitud es la meta.
La pregunta entonces es: ¿debemos nuestras experiencias a nuestro cuerpo físico, sin el cual estas desaparecerían, o por el contrario, el cuerpo es un vehículo con el cual podemos traspasar nuestras experiencias al mundo material, a un ser individual? ¿Cómo son nuestras experiencias sin ese cuerpo, sin esa identidad, sin los sentidos de la vista, el oído, etc?
La idea de que tal experiencia es posible, obviamente supone la premisa de que esta realidad es mucho más amplia de lo que nosotros podemos conocer. Si la vida más allá es real, entonces tras la muerte formaremos parte de la misma realidad en la que vivimos ahora, pero de un modo completamente distinto. Si la vida corporal nos pone límites, pero nos abre al mismo tiempo la puerta a tantas vivencias, y en cambio el alma es aquello que también existe pero que no conoce límites, entonces surge un dilema. O bien el alma es algo individual, separado de otras almas, pero que puede desplazarse por toda la realidad sin restricciones, o bien el alma es la realidad en si, en su conjunto, con lo cual existiría una única alma común a todos, la cual sería la Naturaleza. Yo creo que ambas cosas son verdad. Si miramos la Naturaleza, esta se basa en equilibrios, en los que todo nace y muere, para luego volver a renacer. Es por ello que me inclino a pensar que el alma necesita vivir nuevas experiencias constantemente. Al igual que nosotros vivimos en un instante único (el tiempo no existe, tengo esa firme creencia) pero en ese instante todo está cambiando continuamente, evolucionando y luego siendo destruido de forma cíclica, también el alma aunque sea única, necesita reproducir su experiencia una y otra vez, y lo hace en innumerables vidas y existencias, de ahí que existan tantos planetas, seres vivos, galaxias, estrellas… pero al mismo tiempo, todo sucede en el mismo lugar y tiempo, en un instante único, en un mismo Cosmos o Universo, como quiera llamársele.
¿Qué somos nosotros en todo esto? Solo una de las múltiples experiencias que la Naturaleza recrea, produce o fabrica, para poder seguir existiendo. Cuando nuestro cuerpo muere, eso no constituye el final, porque nosotros somos la propia Naturaleza en una de sus múltiples manifestaciones, y la Naturaleza nunca muere. No existe un Creador del Mundo, sino que el propio mundo se crea a si mismo, y lo hace creándose y destruyéndose permanentemente.
Cuando nos alejamos de la civilización artificial que hemos construido, y vamos a un entorno natural inalterado por la mano humana, podemos darnos cuenta de que allí hay mucho más que simplemente una comunidad de seres vivos, agua o viento. Esto es solamente lo que podemos ver con los sentidos corporales. Todo lo que vivimos o experimentamos a lo largo de nuestra vida, forma parte de la experiencia de un único ser, realmente existente, que es la Naturaleza misma que, desde un cuerpo limitado, estando en un planeta específico, solamente podemos admirar y disfrutar.
Os invito a plantearos cómo afecta el estilo de vida que muchos llevan teniendo en cuenta la existencia del alma. Es evidente que estar cerca de un entorno natural nos sienta bien, porque, en el fondo, se trata como nosotros mismos somos, de manifestaciones de la misma Naturaleza a la que pertenecemos. Lo que hacemos en la vida o los límites que nacer en un determinado lugar nos impone, condicionan la experiencia que el alma está viviendo en el mundo material. Hay una serie de cosas que colocan vendas ante los ojos, que sujetan al alma impidiéndole salir de una cáscara demasiado estrecha. Estamos hechos para crecer, evolucionar, contribuir a la Naturaleza que nos ha engendrado. Si nos quedamos estancados, nuestra existencia no habrá cumplido su función. La propia Naturaleza aprende, ¡de si misma! Quizás por eso ha llegado a un grado tan alto de armonía, de belleza, que se puede ver en las imágenes del Hubble o en el cambio de las estaciones. El cuerpo condiciona a nuestra alma, porque nuestras decisiones hacen que la vida tenga o no tenga sentido. La Naturaleza se alimenta del sentido. Perder el sentido de vivir es como un suicidio. Es por ello que debemos dejar que nuestra alma conduzca a nuestra mente y cuerpo, como un aúriga conduce a unos caballos. La Naturaleza que somos puede guiarnos, pues es la que desea crecer, romper sus límites, tomar conciencia de si misma. Si no se lo permitimos, es porque vamos en su contra, dejando que lo antinatural se apodere de nosotros. Lo artificial, la depresión, la soledad, el materialismo, son cosas antinaturales que nos alejan de nuestra inconmensurable e increíble Verdad.
Y dicho todo esto, ¿cómo es la experiencia de morir? Con la muerte, nuestra alma se libera de nuestro cuerpo, deja de ocuparse de él, y por tanto, de estar influenciada por lo que suceda en la realidad material o corpórea. Sin embargo, el alma ha experimentado todo eso que ignoramos en la vida corporal solo porque no lo podemos ver ni tocar. Continúa existiendo, pero ahora liberada de las limitaciones de un ser individual. Recupera todo su poder, su grandeza, su infinitud. Tras la muerte, podemos seguir indagando, resolviendo nuestras más profundas necesidades y anhelos, acudiendo sin fronteras a la solución de todo lo que nos haya hecho sentir tristes en la vida actual. Es por ello que morir es, en el fondo, algo muy bueno, incluso necesario. No debemos tener miedo alguno a la muerte, pues gracias a ella, nos desapegamos de todas las dificultades, dolores, tristezas, malestar, etc, que esta vida haya podido ocasionarnos, comprendiendo que, en lugar de desaparecer, nos podemos expandir hasta donde queramos.
Al morir, volvemos a ser la Naturaleza, que es un ser único, y que ya somos en vida. Ese ser evoluciona, se mantiene con sus múltiples manifestaciones, y alberga todo el potencial que ya tenemos en nuestra vida, pero que solo alcanzaremos plenamente al morir. Ninguna depresión, circunstancia adversa o dolor podrá poner límites a ese potencial que hoy, en nuestra vida, vemos tan coartado por tantas causas al mismo tiempo, tanto internas como externas, pero siempre materiales o corpóreas. Nuestro esfuerzo aquí se verá recompensado tras la muerte. Volveremos al mayor estado de felicidad que recordemos haber tenido jamás. En realidad, la convicción de que esto será así, nos puede llenar de una tranquilidad y una sensación de orgullo tan grande, que no podríamos hacer de nuestra vida otra cosa que un homenaje a eso tan grande que somos, ya en vida, pero que alcanzaremos plenamente cuando muramos. Recuperaremos toda una sensibilidad que ahora nos permanece oculta.
Por todo ello, lo que nos debería preocupar no es si vamos a morir o no, sino si durante nuestra existencia hemos tenido una experiencia digna de las oportunidades que la vida nos ha dado.