¿Alguna vez ha sentido que usted no vale lo suficiente, que no hace las cosas lo suficientemente bien, que no posee lo suficiente, que los demás no reconocen su verdadera valía, que no ha expresado lo suficiente, que no ha viajado bastante o que le falta experiencia en uno u otro sentido? Dudo sinceramente que alguien pueda librarse de responder afirmativamente a estas preguntas. Todo esto son sentimientos naturales hasta cierto punto, pero no más allá. Volverlos crónicos y permanentes es uno de los objetivos clave de esta sociedad en la que vivimos.
Los objetivos son mucho más profundos y sutiles de lo que parecen a simple vista. Es cierto que vivimos rodeados de propaganda por todos lados. ¿Qué harían las empresas si nos sintiéramos cómodos con pocos objetos materiales, si nos sintiéramos adecuados ante los demás sin tener que llevar ciertos ropajes prefabricados o determinados perfumes sintéticos? ¿Qué sería de la industria turística si fuéramos capaces de disfrutar de lo que nos rodea en el entorno próximo, o de lo poco que aún es gratuito? ¿Qué sería de las redes anti-sociales si nos conformáramos con hablar cara a cara con los demás? ¿Qué sería de la obsolescencia percibida, uno de los trucos comerciales más efectivos? ¿Y qué sería de la industria educativa, de los cursos, másters y academias, sin la impresión de que no se sabe lo suficiente? No hay ruina comparable a la que sufrirían de inmediato sin esos sentimientos de carencia.
Sin embargo no es este aspecto más visible y evidente en el que quería centrarme. Al margen de todo lo material, de todos los ingresos monetarios que generan esas percepciones de uno mismo que son relativamente fáciles de eliminar (basta un mínimo de inteligencia o de pensamiento crítico con lo que nos rodea) la sociedad logra inducir estos sentimientos en casi todos los que viven en ella (lo que suele llamarse un ciudadano). El objetivo de todo ello es mucho más interesante que las ganancias económicas: se trata de hundir hasta el máximo nivel posible el potencial humano. Si uno no siente que los demás reconocen su esfuerzo, es difícil que se sienta motivado a esforzarse por metas que en un principio parecían loables. Por lo tanto, la falta de interés y reconocimiento ajeno es clave en la desmotivación de muchas personas ante ideas que merecen la pena. Si uno siente que no vale lo suficiente, tenderá a adaptarse a las expectativas de los demás, es decir de esos que siguen, como las masas hacen, los comportamientos programados por la sociedad. La presión del grupo, el seguimiento de lo que es común, como si por ello fuera más válido (en esto se basa también la falsa democracia en la que afirman constantemente que vivimos) es una poderosa fuerza que arrastra a quienes nunca se han atrevido a cuestionarla.
Sin embargo nada puede calmar a la larga esa sensación de angustia cotidiana, debida a la percepción de que no podemos compartir nuestra valía, potencial o ideas con los demás, simplemente porque no se nos escucha, porque no obtenemos reciprocidad. Para eso ya se encargan de que desconfiemos unos de los otros, salvo de pequeños grupos de amigos que afortunadamente aún quedan. Comunidades de vecinos, familias, todo tiende a separarse y aislarse en los cubículos estancos que llamamos casas, en lugar de reunirse como era común, y de interesarse unos por otros. Muchas veces, al conversar con personas de edad avanzada, percibo que ponen en muy alta consideración a la familia (es lo más importante de todo, comentan) e incluso se lamentan de que les abandonan o de la situación general actual en la que ya no se valora a los parientes cercanos y menos aún a los lejanos. Tal vez una de las circunstancias que mejor describa esto sea un viaje en metro o autobús. No puede ser más triste el silencio, el aislamiento mental de unos hacia otros, la sensación de que no les importamos nada a quienes nos rodean pese a estar codo con codo con ellos. No estoy hablando de que debamos compartirlo todo, pero ¿por qué no una conversación agradable, o una muestra de empatía? ¿Qué tiene de malo algo de espontaneidad que rompa el frío glacial de las masas? La mascarilla no ha sido más que el punto final, pues ningún otro símbolo podía representar más fielmente el hecho de no expresarnos. ¡Hasta prohibiciones de hablar hubo en ciertos momentos!
Así es como surgen, en parte, las enfermedades mentales, que han llegado a ser pandémicas. Sentimientos de soledad y de abandono, percepción de no ser valorados, todo esto acaba hundiendo a las personas. Si usted quiere enfrentarse a esta globalización hostil, en primer lugar perciba toda su valía y no deje ningún plan o idea positiva en el tintero, y en segundo lugar, trate de romper todo lo posible esta barrera que quieren establecer entre los seres humanos. Comunique todas sus ideas, reúnase todo lo posible en persona con otros para hablar, durante horas, practique el apoyo mutuo, láncese a proyectos que le fascinen, uno detrás de otro. Explote todo su potencial ya que es mucho y corta la vida.
Esto también es un mensaje de automotivación para quien escribe, ya que es justo lo que yo quiero hacer.
Un saludo a todos.
Encantadora tu entrada, especialmente el último párrafo… me resuena especialmente. Gracias.
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