Mucho se ha escrito acerca de los debates de la Convención Constituyente de 1787, y de la batalla para ratificar la Constitución, pero la mayoría de estos escritos no alcanzan a comprender los principios fundamentales que constituyen la esencia de la nueva nación. La naturaleza de la república estadounidense se deriva de los dos grandes principios de la Commonwealth, los conceptos de soberanía y el bienestar general. Estas dos ideas son inseparables. Una defensa del bienestar general es imposible sin verdadera soberanía, y la soberanía no tiene razón de existir, salvo para proteger y promover el bienestar general. Hoy en día, la «soberanía nacional» es denunciada sistemáticamente por los voceros de la oligarquía, como George Soros. Se ha ridiculizado como anticuada y contrapuesta a «nuevas» ideas como la globalización o la «democracia universal.» Al «Nacionalismo» se le ha culpado regularmente de todas las guerras del pasado de la humanidad. Esto no sólo es una mentira histórica absurda, es una (deliberada) mala definición del término soberanía. La soberanía no significa un mundo gobernado por las naciones individuales, cada una de los cuales se dedican a una competición geopolítica hobbesiana con otras naciones. Eso, de hecho, es una de las características del Imperio. La idea fundamental de la soberanía – la idea de la Commonwealth de la soberanía – es la soberanía sobre la oligarquía.
Piensa en las palabras de Locke en los ‘Dos tratados sobre el gobierno’, donde dice que los derechos de propiedad privados oligárquicos son derechos de «ley natural»; que esos derechos de propiedad han llegado hasta nosotros desde la Creación; que son anteriores a todos los gobiernos; y que los gobiernos existen únicamente para proteger los derechos de propiedad. Ese es el panorama del Imperio. Ese es el punto de vista de los esclavos holandeses y británicos de la East India Company traficando con las drogas. La soberanía es todo lo contrario. Se basa, en palabras de Abraham Lincoln, en la idea del «gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo», o, como se define en el preámbulo de la Constitución de Estados Unidos, el principio del bienestar general. Soberanía significa, que la nación – una manifestación física de la idea de la Commonwealth – no reconoce entidades preexistentes, superiores o ajenas a cuyos intereses se les permita tener prioridad sobre la defensa del bienestar general. La nación soberana conserva la responsabilidad – y la plena autoridad – para defender el bienestar general contra todas las intrusiones de Imperio.
Esto es por qué los Estados Unidos, al menos hasta nuestra época actual de Bush y Cheney, ha sido siempre una nación anticolonial. De John Quincy Adams, a través de Abraham Lincoln, y hasta las batallas de Franklin Roosevelt con Winston Churchill, América era el enemigo principal del colonialismo en el mundo. ¿Cómo podía ser de otra manera? La idea de la Commonwealth de la dignidad innata del hombre, el concepto de que «todos los hombres son creados iguales», no puede coexistir en un universo donde son esclavizadas categorías enteras de seres humanos, explotados y tratados como prescindibles.
Categorías enteras de seres humanos, explotados y tratados como prescindibles.
Eso es lo que más me entristece de la humanidad.
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Es muy lamentable.
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Precisamente, Trevijano acaba de llegar a esta conclusión, de que es un error total vincular el nacionalismo con las dictaduras totalitarias o fascistas, o con «las derechas». El Estado jamás será representante del pueblo, pero sí puede trabajar para su servicio.
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