DISCREPAR: UN SANO DEPORTE.

Dedico este artículo a un gran amigo, con el que comparto algunas trabas psicológicas (estoy seguro de que también con muchísima gente).

Uno de los grandes problemas de mucha gente es el miedo a discrepar. Discrepar es dar tu opinión frente a otras personas que tienen una opinión distinta ante un asunto determinado. Es algo que debería ser fácil, pues no hay nada malo en pensar de forma distinta a como otros piensan, ni por supuesto en manifestarlo claramente. Seguramente lo hagamos en numerosas ocasiones, con personas con las que tenemos confianza, o que sabemos que nos van a respetar. Sin embargo, hay otro tipo de personas con las que no resulta tan fácil. Se trata de personas que tienen baja autoestima, que no confían en si mismos, y que en vez de nutrirse espiritualmente de sus propios logros, se nutren de hundir o quedar por encima de los demás. Otras veces se trata de personas que están «por encima» de nosotros en una jerarquía laboral, por ejemplo, un encargado, un jefe, etc. Las consecuencias de discrepar con unos u otros nos provocan muchas veces miedo, y en lugar de expresar claramente nuestro desacuerdo acerca de algún tema, ya sea importante o intrascendente, bajamos la cabeza y cedemos a aquello con lo que no concordamos en absoluto. A veces esa opinión contraria puede incluso jugar en nuestra contra, y al tener esta actitud dócil y complaciente, estamos dando la razón a aquellos que solo pueden causarnos problemas.

¿En qué deriva esta docilidad ante estas personas? Solo en una cosa: en rabia y frustración. Aunque se trate de una cuestión sin importancia, el hecho de que otra persona no nos respete hasta el punto de prohibirnos dar nuestra visión del asunto es de por si humillante, algo que atenta a la libertad de expresión individual a la que todos tenemos derecho en todo momento de nuestra vida. Sin embargo, esto es aún peor cuando el asunto es realmente relevante. No expresándonos, damos pie a tergiversaciones, engaños y manipulaciones por parte de otros acerca de nosotros mismos, lo cual, con el tiempo, puede traernos numerosos problemas en la vida. Esa rabia puede interpretarse de dos maneras. O bien como un sentimiento negativo del cual solo nosotros tenemos la culpa y que debemos eliminar a toda costa, o bien como un indicador de algo que hemos dejado de hacer y que deberíamos haber hecho. Si lo piensas, la rabia siempre proviene de eso. Por ejemplo, si no te atreviste a hacer algo (por ejemplo, competir en un concurso, o hablar en público) por miedo, eso te causará rabia contra ti mismo. Si no te defendiste cuando te insultaron o agredieron, eso indudablemente generará un gran nivel de estrés y rabia, de nuevo contra uno mismo. Pues lo mismo sucede cuando no expresamos nuestra verdadera opinión ante determinadas personas, generalmente hostiles, tóxicas y con baja autoestima. Los niveles de rabia irán creciendo, a medida que tales situaciones suceden una y otra vez, sumándose unas a otras, añadiendo leña al fuego de nuestra ira. Y con el tiempo, cada vez será más difícil hacer con calma algo que debería ser lo más simple y cotidiano: expresar nuestros pensamientos e ideas. Hacerlo nos parecerá algo conflictivo, algo malo por nuestra parte, un atrevimiento u osadía, un atravesar una frontera infranqueable.

Y es entonces cuando tenemos un problema de ámbito psicológico. Llegamos hasta el punto de no entender de dónde viene esa rabia, creemos que hay algo malo en nosotros, y que somos efectivamente unos fracasados en uno u otro aspecto de la vida, cuando en realidad, lo que sucede es que hemos sido mansos, sumisos, ante situaciones en las que no deberíamos serlo. No es una falta de capacidad, sino una carencia de actitud decisiva, de valentía. El comportamiento manso y dócil ha sido elogiado por el cristianismo, sin embargo, es todo lo contrario a los valores tradicionales europeos. ¡Hoy en día, se llega a comparar la expresión personal o la discrepancia con el egoísmo! Esta creencia tóxica y perjudicial en que discrepar es negativo si a otra persona le puede disgustar o enojar, es con lo que juegan precisamente aquellos que quieren dejarnos en mal lugar, ¡se aprovechan de nuestras creencias limitantes, y tratan de hacernos ver el mal en nosotros mismos para engrosar, esta vez sí, su egoísmo!

Cuando no expresamos nuestro desacuerdo con los demás por miedo o por creencias malas acerca de nosotros mismos, estamos contribuyendo a dos grandes males. En primer lugar estamos actuando en contra de uno de los grandes valores humanos: el respeto. Si permitimos que otros nos falten el respeto, estamos aceptando (como se aceptan las condiciones de un contrato al firmarlo) que eso es algo bueno, que está bien que alguien no nos respete. Y en segundo lugar, estamos alimentando la baja autoestima y la mala actitud de otras personas, que se crecerán en esa toxicidad en el futuro con nosotros mismos o con otras personas similares a nosotros en este sentido del miedo a discrepar. Y así, en lugar de aportar algo bueno a la humanidad, nos convertimos en el engranaje y la víctima de algo malo, ayudando a su propagación.

3 comentarios sobre “DISCREPAR: UN SANO DEPORTE.

  1. Yo he discrepado mogollón de veces y me han llegado a soltar desde «insociable» hasta «téorico de conspiración». Yo seguiré en mi linea. Si no quieren saber de mi ya se lo que ocurre como bien comentas en el blog

    Me gusta

  2. Con las personas tóxicas o ególatras que creen tener la razón en todo no vale la pena discutir, malgastar nuestra energía, hablemos con quien si está dispuesto a escuchar, aprender, contrastar, debatir…
    Con los superiores jerárquicos que adolecen de prepotencia tampoco vale la pena, siempre y cuando seguir sus directrices no suponga un riesgo para uno mismo o terceros, quiero decir que si el desempeño del trabajo como a él le gusta no tiene consecuencias relevantes, pues «sí bwana» y a cobrar, hasta que salga un trabajo mejor o se materialice un proyecto propio. Se ha dicho desde hace años, que vivimos en la sociedad del pensamiento único, a penas hay discrepancia, diversidad de opiniones, la creatividad, la imaginación es una capacidad llena de telarañas en muchas personas, el sistema educativo no enseña a pensar, esto no es casual, los alumnos fallan una barbaridad en comprensión lectora, y la cultura y entretenimiento de masas intenta crear seres humanos en molde, en cadena, con valores estúpidos, que crean un vacío existencial a la larga, toneladas de drogas disponibles para todos, ser un politoxicómano de drogas duras y blandas es guay, te reviste de prestigio en el grupo de iguales…
    La información sobre política y actualidad procede en su mayoría de unas pocas fuentes, de medios de comunicación propiedad de bancos y grandes empresas, de conglomerados financieros, no hay libertad editorial. Lo mismo ocurre con la información médica o «científica», procede de unos illuminados con total falta de imparcialidad por conflictos de intereses, como la OMS o universidades, públicas o privadas, cuyos presupuestos para investigación proceden en gran medida del capital de multinacionales, con currículums criminales, cuyos programas de estudios son influenciados así mismo por éstas.

    Me gusta

Deja un comentario